Elena Álvarez Mellado
Hace unos días salió publicado que el obispado de
Salamanca ha pedido a las hermandades de Semana Santa que eviten usar
expresiones andaluzas durante las procesiones arguyendo que "suenan
mal".
▶ Piden por carta a las hermandades de la Semana Santa salmantina no usar expresiones andaluzas porque "suenan mal" https://t.co/TvZXTtnu2a pic.twitter.com/pHxdV1xnyv— laSexta (@laSextaTV) 16 de febrero de 2017
Aunque es una noticia aparentemente local y sin otro
interés que el de seguir los cotilleos de los cofrades y capillitas
salmantinos, lo cierto es que recoge uno de los estereotipos
lingüísticos más extendidos: lo mal que hablan los andaluces. El mito
llega hasta tal punto que no son pocos los andaluces que lo han
interiorizado y están convencidos de que hablar como ellos lo hacen es
"hablar mal":
Acabo de ver 'El niño' sin subtítulos y no me he enterado de media peli. Qué mal hablan los andaluces, carajo— Oxímoron (@AlexMendu) 14 de noviembre de 2016
Rosa: «A veces me da pánico regresar a Granada porque empiezo a hablar mal» https://t.co/ZKuoWrga1P— ideal_granada (@ideal_granada) 17 de octubre de 2016
En respuesta, existe un cierto contramovimiento de andaluces
comprensiblemente indignados que, tras años de cachondeíto autonómico,
afean su actitud a quienes ven el seseo en el ojo ajeno y no el laísmo
en el propio:
ese laísmo y leísmo de despeñaperros para arriba suena HORRIBLE chicos por favor que después somos los andaluces los que hablamos mal— cristina (@rawrbello) 16 de febrero de 2017
Se quejan del dialecto andaluz cuando ellos comenten laismo.— Sandrusia (@MrsCalva) 24 de mayo de 2015
Es más, yo cometo leismo por desgracia, debido a la televisión.
En España tenemos un problema con la diferencia lingüística. Toda forma
de hablar que se aleje del acento que supuestamente se considera
neutral (básicamente, el castellano de la zona central de la Península)
nos hace arrugar la nariz. Pero en estas olimpiadas del desprecio
lingüístico, la variedad andaluza ha salido particularmente malparada.
En el imaginario colectivo sigue vigente la idea de que el acento
andaluz es propio de personas incultas. La representación recurrente y
estereotipada de los andaluces en los medios de comunicación ha
contribuido a afianzar el estereotipo. El acento andaluz en la ficción
audiovisual nacional sirve fundamentalmente para caracterizar al
personaje graciosillo, al inculto, al pobre.
Y es que
el acento andaluz en los medios de comunicación es aceptable siempre
que lo usen folklóricas, toreros y cómicos. Los Morancos pueden tener
acento andaluz, pero Velázquez y Picasso (andaluces ambos) hablan un perfecto castellano mesetario en la serie El Ministerio del Tiempo. El personaje de Merche en Cuéntame tuvo acento andaluz en los primeros episodios de la serie, pero finalmente se descartó.
Para visibilizar la falta de representación lingüística en la ficción audiovisual que nos rodea, el investigador de la UPF Jorge Diz ha propuesto recientemente el test de Bérber,
una prueba inspirada en el test de Bechdel que mide la presencia
femenina en las obras de ficción. Siguiendo la misma lógica que el test
de Bechdel, una serie o película pasa el test de Bérber si hay al menos
dos personajes que hablen en una variedad lingüística no estándar entre
ellos y con un objetivo que no sea cómico o de exclusión. Resulta
desolador descubrir hasta qué punto la variedad lingüística está
infrarrepresentada en la ficción audiovisual española.
En el gremio de presentadores la cosa tampoco anda mucho mejor en lo
que a variedad lingüística se refiere: es sorprendente lo que cuesta
imaginar a locutores de telediario dando las noticias en la tele pública
nacional hablando con un acento que no sea el estándar precocinado.
Resulta refrescante escuchar a la presentadora de Masterchef Eva González hablando antes de que se le llenara la pronunciación de eses forzadas o descubrir al que fue durante años el hombre del tiempo en TVE1, José Antonio Maldonado, sesear en una entrevista informal en CanalSur. Bajo todos esos frentes de altas y bajas presiones, se escondía un seseante disfrazado de mesetario.
¿Por qué Eva González tiene que maquillar su acento natural bajo capas
de dicción impostada cuando habla en TVE-1? En último término, la idea
que subyace a la operación de cosmética fonética a la que se somete a
quienes hablan con acento andaluz en la televisión nacional es que hay
formas de hablar que son aceptables en la esfera pública y variedades de
segunda que, aunque pueden tener gracejo, deben permanecer en el ámbito
de lo doméstico porque no son serias o válidas. Pero el origen de este
doble rasero es una cuestión de poder, no de lengua.
Aunque repetido hasta la saciedad, no es cierto que existan variedades
de español que sean objetivamente mejores y peores. ¿Mejores para qué?
¿Según quién? ¿Cómo y quién determina esos supuestos estándares de
pureza y perfección lingüística (que huelen más a xenofobia y clasismo
que a fundamento lingüístico)?
Lo que los hablantes
percibimos subjetivamente como acentos buenos y malos suele ser producto
de la influencia cultural y del poder recalcitrante que dejaron ciertas
regiones históricamente hegemónicas. El habla de Castilla se convirtió
en la de prestigio porque era la forma de hablar propia del lugar de
donde emanaba el poder. El acento de la clase dominante pasó a tener
prestigio social y se convirtió a ojos del conjunto de los hablantes en
deseable, mientras que las formas de hablar de las zonas alejadas de los
centros de poder pasaron a ser consideradas provincianas y propias de
gentes pobres e incultas.
Nos gusta hablar como habla
la gente importante y burlarnos o criticar al que habla de forma
diferente. Pero esta es una cuestión social; no hay nada inherentemente
mejor o peor en ninguna de las variedades, y, de hecho, qué variedades
se consideran de prestigio va cambiando con la historia. El filólogo
Nacho Iribarnegaray (más conocido como Vanfunfun en YouTube; sí, hay youtubers que hablan de filología) explica en esta maravilla de vídeo
cuáles fueron los avatares históricos y lingüísticos que dieron lugar a
las particularidades de las variedades andaluzas y cómo surgieron los
estereotipos que hoy arrastramos y perpetuamos. Sin embargo, aunque
ningún lingüista serio defendería la existencia de variedades de español
buenas y malas, los cuñados de la lengua siguen proclamando con
entusiasmo que el mejor español es el de Valladolid y que los andaluces
hablan fatal.
La televisión tiene un enorme poder en
lo que a representación y normalización cultural se refiere. De la misma
manera que esperamos que la televisión pública recoja los distintos
intereses y sensibilidades de la población, sería muy deseable ver
reflejado y celebrado todo el abanico de diversidad lingüística de la
sociedad en que vivimos y abandonar de una vez el monocultivo del
castellano central que copa nuestras pantallas. Y hoy, día de Andalucía,
es un buen día para reclamarlo.
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